Denisse Vega Farfán comenta «El diluvio de Rosaura Albina»

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Debo comenzar este comentario diciendo que la he pasado muy bien leyendo la novela de Fernando. Fernando, tiene el prodigio de lograr obras de largo aliento con un discurso sostenido que, en mi humilde experiencia de lectora, raramente se ve en nuestra narrativa actual. (Y eso lo digo siendo una persona dedicada al oficio de la poesía cuyas formas aspiran a la máxima concreción posible.) Es por ello que si de leer novelas voluminosas se trata, he reincidido en autores como Dostoievski, Lowry o Svevo, por citar algunos ejemplos memorables. Uno puede releer sin chistar “Los hermanos Karamazov”, Bajo el volcán o La conciencia de Zeno. Y es que más allá del virtuosismo literario, estilístico, en el decir único de contar las cosas, esconden una verdad humana inquebrantable con el tiempo y, de preferencia, una verdad incómoda. Pues la mejor literatura, a mi parecer, es la que se sitúa en los márgenes. Así, la literatura se convierte también en una suerte de estudio o de tratado sobre un tiempo, una sociedad, un fenómeno, un submundo.

Han sido seiscientas páginas de constante goce, revelaciones, y con una actitud que yo espero de un escritor hacia el lector, que ofrezca lo que tiene que contarme sin reveses, sin temor de ser trasgresor, que me muestre su inteligencia sin pretensiones, que no intente tomarme el pelo con fórmulas cómodas, que si de tocar un tema que levanta pasiones se trata lo haga sin apocarse, guardando fidelidad a sus personajes.

Fernando nos habla de Chimbote en la época del boom de la pesca, un Chimbote que se va formando como un lienzo de abigarrados colores, con gente viniendo de todos lados, que pugnan por un espacio en el mundo, un sueño de progreso, de independencia, un modo de vida, pero también por procesar de la manera menos dolorosa el desarraigo. Cada cual con su imaginario, sus decires, sus juicios, su idea de bienestar. Un arenal que se va poblando violentamente como un Babel.

Asistimos a un choque cultural, pero lo más interesante, y esto es justamente lo que genera expectativa en la novela, son las reacciones de los personajes tan plurales que habitan la historia, trasplantados o no, ante esa realidad convulsa, permanentemente cambiante a pasos agigantados y que los hace explorar sus antípodas, a dejarse llevar por el vértigo (como la meretriz Remedios) o la corrección institucional más acérrima (como sucede con el juez Serafín Beteta). Esto es algo sobre lo que volveré más adelante.

Pero lo que representa la novela de Fernando, no es solo un “gran fresco de época” como se ha definido acertadamente en la contratapa, sino un gran libro sobre el meretricio. Pero el meretricio desde un punto de vista desacostumbrado a lo percibido por la sociedad, el meretricio desde adentro, desde su lado más humano, como elección y jolgorio, como celebración, como sobrevivencia ante la nada, como viaje y conocimiento sin limitaciones, como reducto del absurdo devenir y del no retorno. La protagonista, Rosaura Albina, es la antiheroína de esta historia, y es la que regenta el primer burdel en Chimbote. Conocida como “La huaracina”, por su proveniencia, su local es una suerte de fortín contra el desarraigo del que hablaba hace unos instantes, cito: “Su clientela estaba formada por los serranos, y por los hijos de esos serranos, que se habían afincado en las barriadas y en las invasiones que rodeaban al puerto como una camisa de fuerza, y que iban a La Huaracina a tener una aventura, es cierto, pero, más que eso, a bañarse de nostalgia, a recordar y llorar sus tierras, sus valles y sus pueblos andinos a través de la música que ella sabía ofrecerles.”

En el mundillo de hipocresía y de máscaras en el que transcurre la historia, Rosaura paradójicamente para muchos en su condición de prostituta, se presenta como lo más transparente y honesto que puede haber, lo más libre por no estar sujeta a ningún tipo de amarra “moral” en el entender común. Bajo su techo el extranjero y el local tienen el mismo trato, valen lo mismo, las diferencias sociales se disipan, sus muchachas entregan gustosas lo mejor de sí con el único fin de dejarlos satisfechos. Los tratos siempre son claros, y no hay norma para el goce, así se trate de una coja o una jorobada. Luis Fernando la describe muy bien con las siguientes líneas: “qué diferente era Rosaura Albina. Un ser excepcional, independiente, solidario, dueño de su propio destino y libre de egoísmos y ruindades. Es cierto, había nacido para ser puta, señalada para tal propósito desde el vientre de su madre, pero, justamente por eso, era única e invariable, uniforme de principio a fin, sin dobleces, una persona sincera, predecible…”

Más allá de la idea de negocio sobre la prostitución y de la idea de frivolidad sobre el sexo, Rosaura observa el placer por el puro placer con mística, como una de las formas más logradas de sentirse vivos, de arrojar nuestras secretas

intenciones e impulsos. En este sentido, el burdel se muestra propicio, porque ahí nadie reclama a nadie ni censura cualquier apetito erótico.

Circundando a Rosaura, están otras mujeres, únicas en su especie y para las que el sexo también es una forma de conocimiento, un talento, de entre las que se destaca en segundo orden y con especial brillo por no tener límites ni cordura para ir hasta lo más alto de su goce, el personaje de Remedios Beteta. Una muchacha que rompe paradigmas, entrando al meretricio por el puro gusto, y no porque le falte un sitio en la sociedad al ser hija del ilustre juez de la ciudad Serafín Beteta, el mismo que la ama tanto como la repudia. Remedios nos hace partícipes de múltiples aventuras que son dignas de antologar con humor, pero también de historias tristes, como el amor perdido.

El amor es, ciertamente, el otro gran tema de este libro, pues si los personajes saben disfrutar sin un lazo sentimental, el amor se presenta como una suerte de culminación de sabernos humanos. Conmovedora es pues la historia entre la prostituta Rosaura Albina y el juez Serafín Beteta, de accidentada concreción por sus irreconciliables formas de ver el mundo.

Pero, a propósito de este tema, es también importante apuntar que la idea del destino, de lo escrito, está muy marcado a lo largo de la novela. Lo encontramos desde que iniciamos la lectura con el vaticinio que recibe ya la vieja Rosaura Albina que es la próxima llegada del diluvio que es el amor del pasado. Lograr literariamente esto considero que es algo complicado, salvándose de no caer en lo fantasioso lo cual deslegitimaría a los personajes como tales en su universo de creencias y costumbres.

Como también es complicado, ya entrando al tema del lenguaje, por un lado, lograr que un habla popular tan mezclada, en formación por el referido choque cultural de esos tiempos, llegue a nuestros ojos de forma tan espejeada y accesible sin perder su esencia; y por otro lado, es rarísimo en estos tiempos encontrar en la literatura un lenguaje sexual inteligente e inventivo, el “lenguaje lúbrico”, si podríamos denominarlo así, de Fernando en esta novela, es sorprendente.

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